Esta arte, que crearía raíces en Portugal por influencia de las conquistas moras, fue introducida por el Rey D. Manuel I transformando para siempre el paisaje urbano.
El azulejo _considerado actualmente como una de las producciones más originales de la cultura portuguesa_ es testigo de la atracción de un pueblo por el intercambio cultural y un caso singular en cuanto elemento ornamental y arquitectónico.
Como en un extenso libro ilustrado con más de cinco siglos, la azulejería nacional refleja la historia, mentalidad y gustos de cada época, protagonizando escenas históricas, religiosas, mitológicas y literarias a través de paredes, pavimentos, murales y techos.
Del lejano período de desarrollo de la producción nacional en los talleres y fábricas portuguesas conocido como el “Ciclo de los Maestros” _época dorada de la azulejería en Portugal_ a la modernidad, esta arte centenaria demuestra una extraordinaria capacidad de adaptación y de reinvención, siendo aún hasta el día de hoy un importante soporte para el trazo de los maestros del dibujo y de la pintura y para la expresión artística de lenguajes propios del mundo contemporáneo.
Como elemento de revestimiento de superficies interiores o exteriores o como elemento decorativo y artístico, este fenómeno urbano de tendencia cosmopolita encuentra su máxima expresión en Lisboa, y reflejará para siempre, más allá de la luz de la ciudad, el magnífico repertorio del imaginario portugués.
Visitar Lisboa y no deleitarse con la presencia de los azulejos en los numerosos edificios históricos, iglesias, casas y monumentos constituye una tarea difícil ante la belleza que domina los paisajes urbanos. Los azulejos llegaron de las lejanas tierras moras, y llegaron para quedarse.
El lugar de destaque que ha conquistado, tanto a nivel de su aplicación como de la producción, se desencadenó en 1498 tras una visita del rey D. Manuel I a España. Sin embargo, fue durante el reinado de D. João V que adquirió un papel preponderante en la expresión artística de Portugal, utilizándose en la decoración de paredes, jardines, palacios, iglesias y conventos.
A partir de la segunda mitad del siglo XVI, el establecimiento en Lisboa de ceramistas flamencos daría comienzo a la producción portuguesa y al desarrollo de su propia identidad a través de los siglos. Además de la influencia española, el azul de la porcelana procede de China y el refinamiento de los materiales tuvo su origen en Holanda. El desarrollo de la cerámica en Italia y el hecho de poder pintarse directamente sobre el azulejo permitió, en lo relativo a técnica de mayólica, ampliar la realización de composiciones con diversas figuraciones, representando momentos históricos o decorativos.
Resulta importante referir que la llegada del azulejo significó una fuerte influencia de la cultura europea sobre la arquitectura portuguesa. Por otro lado, la gran diversidad de pueblos durante el imperio ultramarino le otorgó variedad a su expresión, ofreciendo originalidad y distinción.
Comenzaron a surgir diversas alfarerías destinadas a incorporar las diferentes aportaciones provenientes del exterior sin descuidar el papel que las otras artes _principalmente la cerámica y la arquitetura_ adoptaban en esta nueva articulación productiva alimentada por las numerosas encomiendas por parte de la nobleza y el clero. La inspiración proviene de las artes decorativas, de la industria textil, de la orfebrería, de los grabados y de los viajes de los portugueses a Oriente.
El siglo XVI ofreció la oportunidad de que tanto Portugal como España presentaran sus propios azulejos. En el período de transición del Renacimiento al Manierismo surge una estética más armonizada y una clara preponderancia de lo figurativo. Con el creciente abandono de las influencias moras, surge el deseo de representar la mitología y la religión a partir de alegorías y epopeyas más o menos imaginarias. Su valorización y estima fue ganando expresión hasta equipararse a la entonces célebre pintura mural, entre tonos suaves y variedad ornamental. Dos maestros de la azulejería de este período fueron Marçal de Matos _cuyo retablo de la Capilla de Nossa Senhora da Vida de la Iglesia de Santo André forma parte, actualmente, del espolio en exposición en el Museu do Azulejo_ y Francisco de Matos, autor de las impresionantes composiciones de grotescos en la Capilla de S. Roque de la Iglesia de São Roque.
Entre finales del siglo XVI y principios del siglo XVII fueron realizadas composiciones de enxaquetados (ajedrezados), azulejos lisos de colores que, colocados de forma alternada, creaban mallas decorativas sobre las paredes. Aunque el precio de estos azulejos era más accesible, su aplicación, que era compleja y lenta, hacía que el proceso fuera costoso, resultando en su gradual abandono. Surge entonces el azulejo de patrón, una nueva expresión estética de fácil aplicación que apostaba por la repetición de figuras geométricas y que eran producidos en gran cantidad, destacándose especialmente el antipendio, una de las formas más originales de su utilización.
Durante varios siglos, son las clases dirigentes las que dictan y encomiendan la temática más apropiada en lo que concierne a decoración de edificios. Los alfareros sólo tenían que satisfacer sus pedidos copiando modelos, adaptando modas y estilos. Sin embargo, en el siglo XVII, el pintor de azulejos adquirió la condición de artista, empezando así a firmar sus obras. El precursor de este movimiento fue el inmigrante español Gabriel del Barco, quien introdujo el gusto por una decoración más exuberante y una pintura libre del contorno riguroso del dibujo.
Estas innovaciones abrieron el camino a otros artistas, iniciando el aclamado Ciclo dos Mestres (Ciclo de los Maestros), el período dorado de la azulejería portuguesa, el cual presenta un gran abanico de maestros lisboetas, con especial énfasis en António de Oliveira Bernardes, su hijo Policarpo de Oliveira Bernardes, Manuel dos Santos y P.M.P., quien se mantuvo en el anonimato hasta su muerte.
En el siglo XVIII se produjo un aumento sin precedentes en lo relativo a la fabricación de azulejos, lo cual se debió, entre otras cosas, a las numerosas encomiendas provenientes de Brasil. En una prolongación del Ciclo de los Maestros, se destacan en este período algunos pintores como Valentim de Almeida, Nicolau de Freitas y Teotónio dos Santos.
Durante el siglo XIX, el azulejo de patrón, de coste inferior, cubre millones de fachadas adquiriendo una gran visibilidad. Así, en una estrecha relación con la arquitectura, sale de los palacios y de las iglesias hacia las fachadas de los edificios. Los principales núcleos de fabricación de azulejos se concentraban, por aquel entonces, en Lisboa, siendo mayormente producidos por las fábricas Viúva Lamego, Sacavém, Constância y Roseira.
En el siglo XX, no sólo se destacan los artistas Rafael Bordalo Pinheiro y Jorge Barradas, importantes impulsores de la renovación de las artes da la cerámica y el azulejo, sino también las obras de Júlio Resende, Júlio Pomar, Sá Nogueira, Carlos Botelho, João Abel Manta y Eduardo Nery, entre otros. Hasta los primeros años de la década de 1970, Maria Keil fue pionera en Arte Pública, dando comienzo a un vasto trabajo de azulejería en las estaciones del metropolitano de Lisboa. A ella se unieron Almada Negreiros, Vieira da Silva y Arpad Szenes, Querubim Lapa, Júlio Pomar, Júlio Resende y el humorista gráfico António Antunes, entre muchos otros consagrados artistas nacionales e internacionales que han dejado su huella en la historia de los transportes públicos lisboetas.
El azulejo cuenta la historia y las historias de todo un pueblo y se distingue no sólo por el papel que ocupa en la creación artística, sino también por la longevidad de su utilización, su excéntrica aplicación en grandes revestimientos y la forma original en cómo ha sido percibido y aplicado a lo largo de los siglos. Con más de 500 años de producción nacional, cubre fachadas e interiores por toda la ciudad y es apreciado por todos los que la visitan.
El arte mudéjar constituye un estilo artístico que incorpora influencias, elementos o materiales de estilo hispano-musulmán. La técnica del azulejo mudéjar fue desarrollada e implementada por los moros en la Península Ibérica. Se trata de una técnica que requiere un barro homogéneo y estable, el cual se cubre, tras una primera cocción, con el líquido que hará el vidriado. Los diferentes tonos cromáticos se obtienen a partir de óxidos metálicos: cobalto (azul), cobre (verde), manganeso (marrón, negro), hierro (amarillo), estaño (blanco). Para la segunda cocción, las placas son distribuidas horizontalmente en el horno asentadas en pequeños trípodes de cerámica llamados soportes o atifles. Estas piezas dejan tres pequeños puntos marcados en el producto final, hoy en día de gran importancia en la certificación de autenticidad.
Utilizada para revestimientos, el alicatado es una técnica en la que se agrupan trozos de cerámica vidriada cortados en diferentes tamaños y formas geométricas con la ayuda de un alicate. Cada uno de los trozos es monocromático y forma parte de un conjunto de varios colores que puede ser más o menos complejo, semejante al trabajo con mosaicos. Esta técnica estuvo de moda en los siglos XVI y XVII pero debido a su morosidad acabó siendo sustituida por otras técnicas posteriores.
Esta técnica fue desarrollada a finales del siglo XV e inicios del XVI. Consiste en separar los motivos decorativos en las placas de barro todavía húmedas, abriendo surcos mediante una cuerda embebida en aceite de linaza y óxido de manganeso, evitando que los esmaltes se mezclen al ser pintados y durante la segunda cocción.
Técnica del período de la cuerda-seca en la que la separación de los colores se lleva a cabo alzando aristas (pequeños muros) en la pieza, los cuales surgen al presionar el negativo del patrón (molde de madera o metal) en la arcilla todavía suave. Con los mayores centros de producción en España, esta técnica también fue empleada en Portugal, donde fue desarrollada la variante en alto-relieve (azulejo relevado) de moldes con parras. Existen también los raros ejemplos de azulejo de "lustre", donde el reflejo metálico final se logra colocando una liga de plata y bronce sobre el vidriado, siendo luego cocido una tercera vez a baja temperatura, lo cual resulta poco usual en este tipo de azulejos.
Técnica originaria de Italia e introducida en la Península Ibérica a mediados del siglo XVI. La mayólica vino a sustituir la pintura sobre la pieza ya cocida, la cual era luego vidriada. Esta técnica revolucionó la producción del azulejo ya que, tras la primera cocción, es colocado sobre la placa un líquido espeso (blanco opaco) a base de esmalte estannífero (estaño, óxido de plomo, arena rica en cuarzo, sal y soda) que vitrifica en la segunda cocción (vidrio opaco). El óxido de estaño le brinda a la superficie (vidriada) una coloración blanca translúcida sobre la cual es posible aplicar directamente el pigmento soluble de óxidos metálicos en cinco tonos cromáticos: azul cobalto, verde bronce, castaño manganeso, amarillo antimonio y rojo hierro (este último de difícil aplicación, por lo que no es usual en los ejemplos anteriores). Los pigmentos son inmediatamente absorbidos, posibilitando posteriores correcciones. El azulejo es entonces colocado nuevamente en el horno revelando, sólo después de la cocción, los colores utilizados.
Técnicas semiindustriales utilizadas a partir del siglo XIX, como por ejemplo la técnica de estampillado o estampado.
Pintura del azulejo mediante un aerógrafo (pistola de pulverización de pintura) en la que las áreas a ser pintadas son delimitadas por estampillas de zinc. La Fábrica de Sacavém, en Lisboa, hizo un gran uso de esta técnica durante el período Art Déco.
Técnica en la que los elementos decorativos son "abiertos" en el vidriado raspándose con un estilete hasta que aparece el bizcocho (base del azulejo). Las ranuras originadas por este proceso pueden rellenarse con betún o cal de cualquier color.
Aplicación de la pintura mediante una esponja o cepillo, asemejándose el resultado a una superficie de piedra (rugosa). Se comienza a utilizar a partir del siglo XVIII, especialmente en zócalos y tramos de escaleras.
Decoración de la superficie vidriada mediante la utilización de una brocha delgada y de una estampilla, la cual consiste en una pieza de metal donde está recortado el motivo decorativo que se quiere pintar.
Decoración de la superficie vidriada mediante la utilización de un calco.
Pintura sobre el vidriado sometida posteriormente a una cocción a temperaturas superiores a 1200 °C.
Pintura con color sobre el bizcocho (base del azulejo) o vidriado sometida a una cocción a temperatura moderada.
Motivo decorativo independiente (siglo XVII), el cual puede ser repetido (siglo XVIII), y que consiste en ramos de flores en jarras, cestas, tiestos o copas con otros elementos figurativos a los costados (pájaros, niños o delfines). En caso de ser repetido, por ejemplo a lo largo de un sillar, puede contener otros elementos a modo de división (arquitectónico o vegetalista).
Panel de azulejos de dimensión reducida, o como elemento autónomo, con decoración alegórica que representa las almas en el purgatorio. La base puede presentar las iniciales P.N. (Padre Nuestro) o A.V. (Ave María).
Figura escultórica masculina muy utilizada en la antigüedad clásica para reemplazar el fuste de una columna. Fue ampliamente utilizado como motivo decorativo en paneles de azulejos durante los siglos XVII y XVIII.
Conjunto de azulejos que forman una malla geométrica a modo de ajedrez mediante la utilización de elementos alternados de diferentes colores. También aplicado en Portugal desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XVII.
Cada azulejo representa un elemento aislado (flor, animal, etc., o aún una descripción de escenas más complejas). Durante el siglo XVIII, en Portugal predominó el género de figura simple a azul cobalto con elementos decorativos en las esquinas para dar cohesión visual entre los diferentes azulejos. Colocados principalmente en cocinas y tramos de escaleras, también se encuentran en la arquitectura religiosa y, ya en el siglo XX, durante el Estado Novo, presentando temas populares. Los elementos más complejos fueron divulgados a través del azulejo holandés.
Azulejos en grupos, con medidas de 2x2 hasta 12x12, que forman una determinada composición y que, después de repetidos varias veces, constituyen un patrón (ej., azulejos de alfombra).
Azulejos en gran número, aplicados en revestimiento parietal, que debido a la multiplicación de determinados modelos forman un patrón policromo. Puede ser rematado con frisos, barras u orlas asemejándose en su conjunto a una alfombra.
Pequeña columna utilizada como elemento arquitectónico en balaustradas, erigiéndose en motivo decorativo en azulejos del siglo XVIII de modo a crear efectos espaciales ópticos.
Remate horizontal y vertical (por ej., en paneles) compuesto por dos o más filas de azulejos adyacentes con motivos decorativos variados. Con igual función, la orla está constituida por una única fila de azulejos. La franja se compone de mitades de azulejos (piezas rectangulares) pudiendo o no servir de remate en un panel.
Motivo decorativo con apogeo en el período barroco que sirve de fondo en una determinada imagen o escena de modo a destacarla de los elementos circundantes. Puede presentar forma de pergamino o escudo, funcionando las esquinas enrolladas o decoraciones vegetalistas como marco.
Característica de los siglos XVIII y XIX, esta figura representa a una persona (lacayo, dama, guerrero, etc.) vestida a rigor, y se encuentra en puntos de entrada de una vivienda noble (atrio, rellano, etc.) en un gesto de bienvenida, como recibiendo a las visitas. Símbolo del protocolo aristocrático, del poder y de la riqueza. Producida en tamaño natural con el contorno recortado y generalmente proyectándose a partir de un sillar.
Paneles descriptivos que representan un determinado acontecimiento o escena histórica, religiosa, mitológica o del cotidiano.
Revestimiento parietal longitudinal que se proyecta a partir del suelo y que posee entre 10 y 12 azulejos de altura.
Pequeña pieza monocromática utilizada, por ejemplo, como elemento en composiciones de alicatado.
Denominación del azulejo que ha sido horneado sólo una vez, o sea, antes de ser vidriado.
Pequeño trípode de soporte que permite la optimización del espacio dentro del horno gracias a la posibilidad que brinda de apilar azulejos.
Lado del azulejo opuesto al vidriado que se aplica directamente sobre el soporte de destino.